Montserrat González./ Os adjunto la ponencia que A.R.BA. presentó en la pasada Interprovincial celebrada el día 3 de abril en Segovia, bajo el lema "ALCOHOL Y TRABAJO".
Me despierta un frío helador. Aún quedan dos horas para que suene el despertador y ya he completado mi ciclo de reposo, si es que se le puede llamar así.Cómo un náufrago sediento, me he levantado varias veces a beber ( esta vez agua) para tratar de calmar la sed del cuerpo y del alma. Intento relajarme, pero el martilleo continuo en las sienes, el bombeo inquietante y descompasado de mi corazón y este picor insoportable, no me lo permiten.
Me levanto y desayuno; bueno mejor no, porque mi estómago, emulando a una noria, me está gritando que no acepta nada de momento. De la ducha, paso.
Buscando una segunda piel, me enfundo en la ropa de ayer, apilada en un rincón de la habitación y me arrastro hasta la calle.
El sol me ciega; ya no me baña ni reconforta cómo antes; sólo me recuerda que quizás ayer bebí demasiado, así que cómo cada mañana escondo mis ojeras tras las gafas de sol, dejando unos ojos que sin lugar a dudas, delatan mi último exceso.
Hace mucho tiempo que no conduzco hasta el trabajo; sólo dejo que el coche me lleve.
Durante el trayecto ya no planeo mi jornada, ni construyo proyectos, ni repaso clientes; me traslado mentalmente y sólo planifico una prometedora tarde para beber en soledad.
Me sorprendo a mi mismo al llegar al aparcamiento, pero ¿he pasado por el cruce?, juraría que me adelantó un camión, pero...sólo me parece un difuso recuerdo.
Antes disfrutaba del paisaje; ahora tengo suficiente con centrarme vagamente en las rayas de la carretera.
Intento camuflarme entre el personal para llegar a fichar (tarde como siempre), esquivando saludos mañaneros y escondiendo la cabeza, mirando al suelo para no tener que rendir cuentas a nadie de las causas de mi notable y evidente fatiga.
Tras eludir un millón de miradas que sospecho clavadas en mi nuca, llego hasta mi cubículo. No estoy. No recibo. Hoy no soporto ninguna conversación por muy interesante que sea.
Miro de reojo la pila de informes pendientes que se acumulan en una esquina de la mesa y sin despertar de mi letargo, enciendo el ordenador, ¡ésta condenada pantalla, cada día brilla más!
Apenas han pasado treinta minutos y la resaca post.-ingesta se apodera de mi, reclamándome a gritos un café que me ayude a disimular mi falta de motivación.
Necesito armarme de valor para cruzar la frontera que me lleva hasta la cafetera. ¡Dichoso pasillo!. Los comentarios maliciosos que todos y cada uno de los días me salpican en este trayecto, me hacen pensar que mi vicio “oculto” no está tan escondido cómo yo creía. Tengo la amarga sensación que llevo “mi gran secreto” pegado a la espalda y que lo muestro a todos como
mercancía en un gran escaparate.
Me sirvo un espeso café esquivando comentarios susurrados a mis espaldas; diagnóstico confirmado: “éstos idiotas sospechan algo”. Me autoconvezco pensando que muchos de ellos, tienen un problema mayor que el mío y que al fin y al cabo, yo bebo de forma pasajera y además tengo justificación, porque la tengo ¿verdad?
Últimamente he estado muy agobiada; ahora mismo no recuerdo porqué, pero el licor espiritoso, hace que me evada de todo y de todos; me crea un mundo particular con un vacío que me reconforta.
Una voz chirriante me devuelve a la realidad: “¡vaya homenaje que te diste anoche, campeona!”.
Ni siquiera le miro; le ignoro como hago últimamente con todo el mundo. No necesito sus comentarios mordaces, ni su compañía, ni tan siquiera su presencia. Me molesta que respiren a mi alrededor invadiendo mi espacio, mi idílico mundo etílico.
Regreso al despacho arrastrando miserias y con la desidia cómo compañera , no encuentro en ningún lado las fuerzas necesarias para comenzar.
Mirando al vacío, se me ocurre la idea de que mañana y si por la tarde rebaso el límite ( que seguramente lo haré), llamaré y diré que me encuentro enferma. Al fin y al cabo “sólo” lo he hecho una docena de veces.
Tengo sensación de ahogo y que las paredes del despacho se estrechan para aprisionarme; abro la ventana y respiro, pero la presión no cede. Siento una punzada interior, de corazón, Pienso que es un resto de conciencia que tira de mi, intentando recuperar la parte de sensatez que puede que aún conserve.
Pensarlo me incomoda mucho porque hace que me sienta culpable; apenas es un segundo porque aparto esta idea dándome la opción de cambiarla por una buena copa.
Desganada abro el primer informe. Tengo la mente tan nublada que soy incapaz de comprender lo que estoy leyendo.
Hace ya tiempo que perdí el interés por mi trabajo. Rompí el compromiso y ahora me doy cuenta de que tengo que pagar, cada día, un pesado tributo por el uso indebido del alcohol.
Sin molestarme en leer nada, me limito a poner en la última página el sello que indica que el proyecto es viable;de todos modos, el cliente sólo perderá unos miles de euros por hacer una mala inversión. De mi no depende ninguna vida; sería distinto si mi trabajo fuera en un andamio, pero no me imagino yo haciendo piruetas en un tablón con este intenso dolor de cabeza y sin apenas reflejos.
La secretaria de dirección irrumpe en mi territorio. No saluda. Yo tampoco. Lanza con soberbia un sobre encima de mi mesa y se va con un portazo sordo que retumba en toda la estancia.
Ahora si que necesito un trago. Abro el cajón de “mis tesoros” y acaricio una botella. Me reconforta la idea de comprobar que está completamente llena. Tiro el café de la taza y la lleno hasta el borde; la aderezo con dos comprimidos para mi jaqueca y la apuro de un sólo trago.
“Don Fulanito de tal, Gerente de bla, bla, bla, bla, bla,...........debido a sus numerosas ausencias sin justificar, sus frecuentes faltas de puntualidad, la poca profesionalidad que nos ofrece y su bajo rendimiento, ha decidido prescindir de sus servicios desde el día de hoy”
!Será necio!, ¡Después de todos los años que he perdido aquí!. ¡No aguanto ni un minuto más!
Lleno la papelera con todas las botellas vacías que tengo repartidas por mi despacho ( necesarias cada una de ellas para afrontar la jornada), me deshago de la planta seca que algún día fué verde y de la foto de mi ex marido y los chicos; no sé porque aún la conservo si hace mucho tiempo que no sé nada de ellos.
Entre trago y trago intento pensar qué voy a hacer a partir de ahora. Apuro hasta la última gota y decido marcharme dejando atrás todo: mis recuerdos, mis pertenencias. No tengo apego a nada y nada me llevo.
Mi camino hasta la salida es rápido. Todo lo que encuentro a mi paso está difuso y borroso. No quiero despedidas y dudo que alguien quiera dármelas.
Cojo el coche y pongo el rumbo hacia el primer bar que me encuentre y me pueda proporcionar la única cura para mis heridas y mis decepciones. Ya me estoy imaginando sentada y bebiendo, bebiendo y olvidando, perdida y bebiendo.
Estoy ansiosa por llegar. Un coche se aproxima de frente y me regala unos cuántos fogonazos. En un décima de segundo recobro la concentración y me doy cuenta que estoy circulando por el carril contrario. Tensión, volantazo, frenazo...El estallido del air-bag, me devuelve a la realidad y después....sólo polvo y silencio.
Desterrada en la cuneta puedo sentir el miedo en cada célula de mi cuerpo. Tomo consciencia de la realidad y una avalancha de tristeza me arrastra. Intento convencerme de que mi actúar es pasable, cuando en realidad es nefasto al estar dominada y cegada por el alcohol.
Me derrumbo ante el único pensamiento lógico que he tenido en mucho tiempo. Estoy cansada de estar enferma, agotada, sin emociones, sin trabajo, sin familia, sin vida.
Necesito recuperar la sensibilidad, necesito luchar contra el miedo de dejar esta dependencia absurda que me esclaviza y ha dejado mi existencia reducida a un montón de escombros.
Con la mano temblorosa, arranco el cohe y me dispongo a realizar el trayecto más largo, el viaje más difícil.
En éste mismo instante, acabo de tomar la decisión más importante de mi vida y que puede que salve parte de los retales que
quedan de ella.
En éste mismo instante he decidido que NO VOY A VOLVER A BEBER